El texto que viene a continuación os ayudará a comentar las ideas principales del texto de Descartes (partes II y IV). Leedlo porque es muy claro y sencillo.
DESCARTES:
Discurso
del Método. II, IV (Trad. G.
Quintas Alonso). Ed. Alfaguara. Madrid. 1981, pp. 14-18, 24-30.
EXPOSICIÓN DE LA TEMÁTICA Y POSICIÓN
DEL AUTOR.
El Discurso del método es un libro de
carácter autobiográfico escrito en primera persona en el que Descartes se
propuso mostrar la forma en que había ordenado su vida y el camino que había
seguido para dirigir de una forma adecuada su conocimiento.
En
cuanto a la orientación para el comentario, la segunda parte del Discurso
tiene un tema central, aunque en distintas vertientes, que es no sólo la
búsqueda del método y las reglas del método, sino también el porqué de su
búsqueda, el camino seguido hasta encontrarlas y su primera aplicación, que fue
a las matemáticas. Por tanto, Descartes centra el tema que aborda en esta parte
del Discurso
en el método, es decir, en el establecimiento de una serie de reglas ciertas y
de fácil aplicación mediante las cuales, si las seguimos paso a paso y partimos
de proposiciones evidentes, verdaderas, alcancemos infaliblemente la verdad. El
método tiene como objeto superar el relativismo y el escepticismo y eliminar de
las ciencias los principios superfluos y erróneos. (Para exponer la estructura del tema y justificarlo desde el
pensamiento de Descartes, basta con atender a los comentarios que hemos ido
realizando sobre este capítulo del Discurso).
En
la cuarta parte, aparecen los grandes tremas de la metafísica cartesiana: la
duda metódica, la formulación del primer principio, del “pienso, luego existo”,
la evidencia como criterio de la verdad, la sustancialidad del alma, la
demostración de la existencia de Dios, la existencia de Dios como garantía de
la verdad de nuestros conocimientos, así como la deducción de la existencia del
mundo.
Para
justificar cualquiera de estos temas, sólo es necesario componer una redacción
sobre el pensamiento cartesiano desplazando su orientación hacia el tema
correspondiente. Por ejemplo, a la hora de comentar el texto de la duda
metódica, tendríamos que exponer los orígenes de la duda, los pasos en que se
ha ido desplegando dicha duda, la aceptación del pensamiento como el principio
fundamental y la necesidad de la existencia de Dios como garantía del
conocimiento. Y si tuviéramos que comentar el texto del yo como “sustancia”
pensante, podríamos empezar con la evidencia del “yo pienso” a partir del
proceso de la duda metódica, y exponer la existencia del yo como “sustancia”.
Además, nada impediría introducir una serie de notas sobre la existencia y la
función de Dios en el sistema cartesiano.
A
continuación vamos a proceder el análisis de los distintos textos que pueden
ser propuestos en la
Selectividad :
SEGUNDA
PARTE
1.
La prudencia metodológica.
“Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tomé la
resolución de avanzar tan lentamente y de usar tal circunspección en todas las
cosas que aunque avanzase muy poco, al menos me cuidaría al máximo de caer. Por
otra parte, no quise comenzar a rechazar por completo algunas de las opiniones
que hubiesen podido deslizarse durante otra etapa de mi vida en mis creencias
sin haber sido asimiladas en la virtud de la razón, hasta que no hubiese
empleado el tiempo suficiente para completar el proyecto emprendido e indagar
el verdadero método con el fin de conseguir el conocimiento de todas las cosas
de las que mi espíritu fuera capaz”.( párrafo 5)
Comentario.
En
las notas de la primera parte del Discurso se nos presenta a un hombre
cansado de los errores y de la inutilidad de los conocimientos que ha tenido
que aprender en su período de formación. Por tanto, no es mera casualidad que
empiece este texto hablando de un hombre que camina solo y en la oscuridad. La
situación en la que se encuentra es la de un hombre perdido y desorientado. No confía en los conocimientos que ha
recibido de la tradición, pero tampoco está dispuesto a desecharlos, por lo
menos antes de que pueda enlazar una
reflexión cuidadosa sobre el método. Y justo al comenzar esta reflexión,
muestra de distintas maneras la precaución de quien quiere avanzar despacio y acometer
las tareas con sumo cuidado para no cometer errores. Por ello, Descartes
pretende analizar todas las opiniones y creencias que hasta ahora ha recibido,
para comprobar mediante su razón, si son verdaderas. La ejecución de este
proyecto exige actuar con circunspección, es decir con prudencia. El modo más
seguro de realizar el proyecto es diseñar un método que ayude a la razón a
determinar si sus opiniones son ciertas. Hasta configurarlo, no se rechazará
ninguna opinión ni se admitirán nuevos conocimientos.
2.
La formación del método:
influenciado por la lógica y las matemáticas. párrafo 6
“Había estudiado un poco, siendo más joven, la lógica de entre las
partes de la filosofía; de las matemáticas el análisis de los geómetras y el
álgebra. Tres artes o ciencias que debían contribuir en algo a mi propósito.
Pero habiéndolas examinado, me percaté que en relación con la lógica, sus
silogismos y la mayor parte de sus reglas sirven más para explicar a otro
cuestiones ya conocidas o, también, como sucede con el arte de Lulio, para
hablar sin juicio de aquellas que se ignoran que para llegar a conocerlas. Y si
bien la lógica contiene muchos preceptos verdaderos y muy adecuados, hay, sin
embargo, mezclados con estos otros muchos que o bien son perjudiciales o bien
superfluos, de modo que es tan difícil separarlos como sacar una Diana o una
Minerva de un bloque de mármol aún no trabajado. Igualmente, en relación con el
análisis de los antiguos o el álgebra de los modernos, además de que no se
refieren sino a muy abstractas materias que parecen carecer de todo uso, el
primero está tan circunscrito a la consideración de las figuras que no permite
ejercer el entendimiento sin fatigar excesivamente la imaginación. La segunda
está tan sometida a ciertas reglas y cifras que se ha convertido en un arte
confuso y oscuro capaz de distorsionar el ingenio en vez de ser una ciencia que
favorezca su desarrollo”.
Comentario.
Al examinar las disciplinas o artes
que ha estudiado desde su juventud, destaca
la lógica, el análisis y el álgebra. Descartes había distinguido las
ciencias demostrables con razones ciertas de las que utilizan argumentos solo
probables, como la filosofía. Esas ciencias son la lógica[1]
y las matemáticas (la geometría y el álgebra)[2],
que si bien son útiles, también están llenas de errores y de principios
superfluos, además de ser excesivamente abstractas. Por tanto, sus métodos no
son válidos y es preciso buscar otro que se reduzca a una pocas (cuatro) reglas
sencillas, para evitar confusiones. En cuanto a la lógica, no cree que pueda
servir para aumentar el conocimiento, porque no supondría ninguna ventaja para
convertir en el modelo que está buscando porque está constituido de forma casi
exclusiva por operaciones a base de figuras. Y el álgebra se centra sólo en el
uso de reglas y cifras. Por lo tanto, ninguno de los métodos usados en estas
tres disciplinas logra convencerlo. Su intención es clara: evitar los inconvenientes de cada una de ellas, pero asumir sus
ventajas. El racionalismo consiste en la confianza absoluta en la razón
humana. El camino emprendido por Descartes consiste en asumir la autoridad de la razón y obtener un método que le sirva tanto
para distinguir lo verdadero de lo falso como para dirigir su vida.
3.
Las reglas del método. (continuación párrafo 6)
“Todo esto fue la causa
por la que pensaba que era preciso indagar otro método que, asimilando las
ventajas de estos tres, estuviera exento de sus defectos. Y como la
multiplicidad de leyes frecuentemente sirve para los vicios de tal forma que un
Estado está mejor regido cuando no existen más que unas pocas leyes que son
minuciosamente observadas, de la misma forma, en lugar del gran número de
preceptos del cual está compuesta la lógica, estimé que tendría suficiente con
los cuatro siguientes con tal de que tomase la firme y constante resolución de
no incumplir ni una sola vez su observancia.
El primero consistía en no admitir cosa alguna como verdadera si no se
la había conocido evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado debía
evitar la precipitación y la prevención, admitiendo exclusivamente en mis
juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que
no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda.
El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar
en tantas parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas más
fácilmente.
El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por
los objetos más simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a
poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo
inclusive un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a
los otros.
Según el último de estos preceptos debería realizar recuentos tan
completos y revisiones tan amplias que pudiese estar seguro de no omitir nada”.
Comentario.
Todos somos iguales en cuanto a la
capacidad racional; lo que nos distingue
es el uso del método. Sería preferible no conocer a conocer sin método,
porque la curiosidad es tan poderosa que lograría cegar la capacidad de
conocimiento de los humanos. En las Reglas del espíritu, Descartes
consideraba inoportuno conocer sin método.
Lo que pretende Descartes es adoptar un método con muy pocas reglas y
fáciles de seguir,
un método seguro que garantice la capacidad de avanzar por el camino adecuado.
Ni la precipitación ni la excesiva precaución son buenas consejeras en los
asuntos del conocimiento.
La primera regla consiste en no admitir como
verdadera ninguna idea de la que no se tenga evidencia, por lo tanto la
idea ha de ser clara y distinta. Claro
es todo aquello que se presenta a nuestra razón nítidamente, podríamos decir,
en todos sus detalles, y distinto, lo
que no se confunde con ninguna otra cosa. Concebido de esta forma, no queda
lugar a la duda, y ese juicio es verdadero. La evidencia será el nuevo criterio
de verdad sostenido por Descartes, y consiste en que nuestra razón, y solo
nuestra razón (es preciso rechazar los sentidos y la imaginación), concibe,
intuye, directamente que un juicio es verdadero sin ningún género de duda. Lo
que caracteriza la evidencia es que elimina la duda. La razón no puede aceptar
ningún conocimiento que sea susceptible de la más mínima duda o que lleve
implícita alguna contradicción. Es la propia razón humana la que alcanza
de forma intuitiva las ideas.
En principio, define la verdad por la evidencia, y la evidencia se distingue mediante
la claridad y la distinción, los dos atributos necesarios de la verdad y de
la certeza, es decir, son evidentes los conocimientos de los que tenemos ideas
claras y distintas. Poseen claridad y distinción aquellos conocimientos de los
que no podemos tener ninguna posibilidad de duda ni son susceptibles de
contradicción; es más, de esos conocimientos diríamos que tenemos certeza
absoluta, lo cual quiere decir que son verdaderos sin ninguna duda.
La segunda regla consiste en el análisis: aconseja dividir y examinar los problemas en
tantas partes como sea posible para poder analizarlos con sencillez y claridad,
y comprobar su verdad, su evidencia. Presenta así el análisis como la forma más
segura de conocer la verdad de nuestros conocimientos.
La tercera regla es la síntesis: consiste en, una vez comprobada la verdad de
las partes, reconstruir el problema empezando por los conocimientos o las
cuestiones más simples para acceder desde ahí hasta las más complejas, es
decir, recomponer el problema siguiendo el camino inverso.
La cuarta regla recomienda hacer recuentos completos y revisiones completas (enumeración) para alcanzar la seguridad
de que no se ha olvidado nada, esto es, es necesario asegurarse de que el
encadenamiento de la deducción sea correcto.
Por tanto, el método consiste en
cuatro reglas para emplear correctamente los dos modos de conocer de la razón: Intuición, es uno de los actos por los
que la razón llega a conocimientos ciertos. La intuición, que alcanza una
certeza inmediata, es decir, una evidencia, cumple dos rasgos: no es resultado
de los sentidos ni de la imaginación, sino del entendimiento. Es más cierta que
la deducción porque no es discursiva sino inmediata. Su objeto son las
naturalezas u objetos simples. Deducción,
Uno de los modos de conocer de la razón. Consiste en la inferencia de una cosa
a partir de otra. Frente a la intuición, la deducción no es inmediata sino
discursiva. Por eso, con la deducción no se llega a evidencias, sino sólo a
certezas. El análisis y la síntesis son distintas formas de deducción.
4.
La claridad del método en las
matemáticas. (párrafo 7)
“Las largas cadenas de razones simples y fáciles,...
... Por este medio recogería lo mejor que se da en el análisis geométrico y en el álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una mediante los procedimientos de la otra”.
... Por este medio recogería lo mejor que se da en el análisis geométrico y en el álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una mediante los procedimientos de la otra”.
Comentario.
Descartes se había quejado de la
insuficiencia de todas las disciplinas que había estudiado en su período de
formación, pero nunca de la capacidad de la geometría, la cual había obtenido a
lo largo de la historia los conocimientos más seguros y las demostraciones más
rigurosas.
Las largas cadenas de razonamientos que empleaba la geometría le
sirvieron de modelo. Éste le reportaba la certeza
de que el método podría proporcionarle la misma seguridad que alcanzaba la
geometría en sus razonamientos.
La confianza en la razón, mediada por el método de la ciencia, lo
llevaba a la búsqueda de un saber seguro. Esta seguridad le permitía pensar que no
habría ninguna verdad tan alejada ni inasequible como para que el conocimiento
humano no pudiera acceder a ella.
El proceso de la reforma del método empezó por la consideración de las verdades
más simples y las ideas más ciertas, como empezaban las matemáticas. Con
este ejercicio conseguía que la mente se
acostumbrara a la forma de conocer la verdad y de obtener la garantía de un
conocimiento verdadero. Al dedicarse al estudio de las relaciones y de las
proporciones, podía conseguir lo que pretendía: afilar el instrumento del
conocimiento y configurar el método.
Este método, inspirado en la
geometría, puede servir de modelo para todo el saber. Si lo aplicamos correctamente,
admitiendo solo lo que es indudable y siguiendo el método ordenadamente, no
puede haber nada que no podamos conocer. El método matemático ha obtenido
grandes éxitos. Descartes cree que, “suponiendo que todo se entrelaza de igual
forma” que un razonamiento matemático, también los obtendrá. Es decir, la
aplicación del método cartesiano implica una “visión matematizada” de la
realidad: supone que está ordenada como un razonamiento matemático, que lo real
es un conjunto de elementos dependientes de unos principios. Supuesta la visión
matematizada de la realidad, basta con aplicar las reglas: “no admitir como
verdadero alguna cosa que no lo sea” (primera) y “guardar siempre el orden
necesario para deducir unas de otras” (las otras tres). Así, ante cualquier
cuestión, se pondrá en marcha el método: análisis del problema, intuición de
sus elementos simples, síntesis de esas partes y repaso del proceso. Con este
optimismo concluye la presentación del método: si se asume una visión
matemática de la realidad y se aplican bien las reglas, se llegará a conocer
todo lo que se pretenda. Es el optimismo racionalista: la fe en la capacidad de
la razón.
Por tanto, el racionalismo
cartesiano se basó en la confianza en la razón. Cuando Descartes habla de la
razón, lo hace en base a la unidad de la ciencia, como una especie de sabiduría
universal. No tiene sentido pensar que pudieran existir distintos tipos de
racionalidad o distintos tipos de método. De esta forma, la actividad del conocimiento emprendida por el filósofo lo preparará para la búsqueda de la verdad,
porque se habrá ejercitado en aumentar en su mente la luz de la razón.
5.
La fecundidad del método y la unidad
de la razón. (párrafo 8)
“Y como, en efecto, la exacta observancia de estos escasos preceptos que
había escogido,... Pues el método que nos enseña a seguir el verdadero orden y a enumerar
verdaderamente todas las circunstancias de lo que se investiga, contiene todo
lo que confiere certeza a las reglas de la Aritmética ”.
Comentario.
Descartes, que ha tomado por modelo
del saber las matemáticas, empieza por aplicar su método en este campo, pues en
él se ha alcanzado, señala, algunos juicios ciertos y evidentes, verdaderos. El
éxito es rotundo, pues el método se adapta perfectamente a las reglas de las
matemáticas. La aplicación del método a las matemáticas funciona de una forma
brillante. Descartes se muestra ilusionado. Al seguir las reglas, ha conseguido
grandes beneficios. De la práctica del
método iniciado obtiene
Descartes la convicción de que,
empezando por las cuestiones más simples, conseguirá
resolver en poco tiempo las verdades más complejas y de mayor dificultad.
Cada verdad le proporciona el impulso necesario para conocer otras verdades.
En las Reglas para la dirección del espíritu había incluido la metáfora
del sol para referirse a la luz de la razón. Cada paso alumbra el camino, es
decir, el descubrimiento de cada una de
las verdades lo impulsa para seguir conociendo. Cada una de las ciencias
representa la sabiduría humana y su potencia clarificadora es tan fuerte que no
se puede coartar el espíritu con ningún
tipo de limitación. Una verdad nos lleva a la otra.
El método es lo que confiere luz y
seguridad al conocimiento. Cada avance,
cada verdad que se consigue, supone
establecer las condiciones para acceder a otras verdades, a veces nada
fáciles de vislumbrar ni de conseguir.
6. El método y los principios de la filosofía.(párrafo 9)
“Pero lo que me producía más agrado de este método era que siguiéndolo
estaba seguro de utilizar en todo mi razón, si no de un modo absolutamente
perfecto, al menos de la mejor forma que me fue posible...
... tanto desarraigando de mi espíritu todas las malas opiniones y realizando un acopio de experiencias que deberían constituir la materia de mis razonamientos, como ejercitándome siempre en el método que me había prescrito con el fin de afianzarme en su uso cada vez más”.
... tanto desarraigando de mi espíritu todas las malas opiniones y realizando un acopio de experiencias que deberían constituir la materia de mis razonamientos, como ejercitándome siempre en el método que me había prescrito con el fin de afianzarme en su uso cada vez más”.
Comentario.
Esta aplicación del método a las
matemáticas permitió a Descartes perfeccionar su manejo y habituarse a utilizar
la razón rigurosamente (ya que solo la razón puede proporcionar un conocimiento
evidente, verdadero), pero aún no se sentía preparado para aplicarlo a la
filosofía en la que no encuentra ningún principio seguro.
Una de las características fundamentales
de la filosofía cartesiana es que en ella se
identifican el método y la razón. El método ya era parte de la ciencia. Con
solo seguir sus reglas, se puede alcanzar la seguridad del conocimiento
racional. Los meses que Descartes pasó reflexionando y revisando las
matemáticas le aportaron no sólo la capacidad de aplicar el método, sino la
certeza de haber abierto el camino de la filosofía.
El ejercicio del método había
acomodado su mente para conocer la realidad de forma clara y distinta. Este
objetivo ya estaba contenido en la primera regla, que consideraba la evidencia
como el criterio de verdad de las ideas y de los conocimientos. ¿Por qué
ciencia empezar? El método ayuda a responder: se debe comenzar por establecer
la certeza de los elementos en los que se apoya el resto de conocimientos. La
metafísica establece esos primeros principios. Por tanto, se debe aplicar el
método a la filosofía, donde Descartes no encuentra “ningún conocimiento
cierto” Establecer la certeza de los primeros principios será el objetivo de la Cuarta Parte del Discurso.
La tarea queda abierta, aunque posiblemente
no sea el momento. Tal vez la edad que tiene no es la más apropiada. Pero
tendría que emprender lo que se convertiría en el objetivo principal de su esfuerzo: la reforma de la filosofía, una
reflexión serena y sistemática sobre los principios fundamentales de la
filosofía.
CUARTA
PARTE
En la que se exponen
las razones que permiten establecer la existencia de Dios y del alma humana,
que constituyen los fundamentos de la metafísica[3].
7.
La duda metódica. (párrafo1)
“No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones allí realizadas,
pues son tan metafísicas y tan poco comunes, que no serán del gusto de todos. ...
... Y, finalmente, considerado que hasta los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno en tal estado sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que hasta entonces habían alcanzado mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños”.
... Y, finalmente, considerado que hasta los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno en tal estado sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que hasta entonces habían alcanzado mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños”.
Comentario.
Aunque en el ámbito de la moral, de
las costumbres, Descartes admita la necesidad de seguir las opiniones
inciertas, retoma la aplicación del método, rechazando todo lo dudoso, en la
búsqueda de una verdad que puede ser creída por sí misma y de la que se deriven
las demás deductivamente. Descartes aplica el método inicialmente sólo a lo teórico
y no a “las costumbres” (ámbito moral). Quiere evitar “no permanecer irresoluto
en sus acciones”. Si aplicara el método a las decisiones que todos los días
toma (“¿Me quedo en casa meditando o voy al trabajo?”), tendría que dejar de
vivir mientras fundamentaba la metafísica, el resto de saberes y, finalmente,
una moral cierta (última rama del saber). Al actuar así, se verá obligado a
“seguir opiniones muy inciertas como si fuesen indudables”, a lo que Descartes
añade: “según he advertido anteriormente”, pues esta es la segunda máxima de su
“moral provisional” expuesta en la Tercera Parte del Discurso.
De ahí que en este texto, el afán de
claridad y de precisión le lleva a plantear
los elementos fundamentales de la duda
metódica. Muchas veces ha aceptado como verdaderos conocimientos que
posteriormente resultaron erróneos, pero si realmente busca la verdad, no puede aceptar como verdadero ningún
conocimiento que sea susceptible de la más mínima duda. Es necesario dudar
de todo y considerar provisionalmente como falso todo lo que es posible poner
en duda. Es una duda absoluta, no escéptica, pues, tomada como punto de
partida, se espera hallar la verdad. El escepticismo, por el contrario, niega
la verdad.
Por lo tanto, emprender la duda
metódica es la única manera de fundar la filosofía sobre un cimiento sólido,
sobre un principio que sea realmente indubitable. Descartes, como Arquímedes,
cree en que a partir de un punto de apoyo firme logrará mover el mundo. El
problema es que, si tuviera que dudar de todos los conocimientos y de todas las
creencias anteriores, la tarea sería interminable. Por eso, se plantea dudar sólo de los principios
fundamentales de la filosofía.
El proceso comienza por la duda de los datos que proporcionan los
sentidos, porque algunas veces engañan (por ejemplo los espejismos; o vemos
el sol pequeño y verdaderamente no lo es), por lo tanto, no nos podemos fiar de
ellos, no se puede aceptar que los sentidos sean el fundamento de un
conocimiento seguro y verdadero.
También ha de dudar de los conocimientos intelectuales porque algunas veces ha incurrido
en paralogismos[4] al
tratar cuestiones relacionadas con la geometría; pues, muchos se equivocan
hasta en las operaciones más sencillas de las matemáticas y si hay quien se
equivoca en sencillas demostraciones matemáticas, también yo puedo equivocarme
en otras aunque no me dé cuenta. En las Meditaciones
metafísicas, para dudar de los conocimientos matemáticos, recurre a la
posibilidad de que Dios, que es sumamente poderoso, pudiera engañarnos para
conseguir que creyéramos que tres más dos son cinco o que son tres los ángulos
de un triángulo. Pero como Dios no nos engañaría porque, además de poderoso es
sumamente bondadoso, formula la hipótesis de la existencia de un genio maligno
que pudiera engañarnos incluso en cuestiones tan seguras como las de la
geometría. Por tanto, el conocimiento matemático también puede ser engañoso.
Aquí, en el Discurso, como no se puede distinguir entre la vigilia y el sueño,
ya que los mismos pensamientos pueden asaltarnos estando dormidos y estando
despiertos, decidió suponer que todos los conocimientos que hubiera conseguido
su mente tuvieran el mismo valor que las ilusiones de sus sueños, puesto que incluso podría suceder
que estuviésemos confundiendo la realidad con el sueño.
Es decir, a través de la hipótesis del genio maligno o de la imposibilidad de
distinguir la vigilia y el sueño llega a la duda sistemática de todos los
conocimientos. En resumen, todo es dudoso y debe ser considerado falso.
8.
El yo pienso como el primer
principio. (párrafo 1, el final)
“Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de
este modo que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo
pensaba, fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad: pienso, luego
soy, era tan firme y tan segura que todas las extravagantes suposiciones de los
escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla sin
escrúpulo como el primer principio de la filosofía que yo indagaba”.
Comentario.
Cuando la duda es más intensa,
cuando no puede estar seguro de nada, alcanza la verdad del primer principio
que estaba buscando. El genio maligno puede engañarlo en todo lo que quiera,
pero, para engañarlo, él tiene que existir, tiene que ser alguna cosa. Pero, en
este estado, surge la primera evidencia: yo, que pienso, existo. Aunque lo que
piense no exista, no se puede dudar de que estoy pensando ni, por tanto, de que
existo. La duda sistemática implica que
no puede dudar de que esté dudando. Y mientras duda, piensa. “Pienso, Lugo
existo”[5]
es una verdad tan firme y segura
que ni las más extravagantes de las dudas podrían atentar contra ella.
A partir del proceso de la duda,
llega así al principio sólido que buscaba, porque, a pesar de esforzarse en
creer que todo es falso, no puede dudar de que existe y piensa; de que es el yo
el que duda y piensa; y de que el “yo pienso” es el primer principio que estaba
buscando. Este es el primer principio de la filosofía, la verdad sobre la que
se puede levantar el edificio del conocimiento.
9.
El yo como sustancia pensante. (párrafo 2)
“Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo que
podía fingir que carecía de cuerpo, así como que no había mundo o lugar alguno
en el que me encontrase, pero que, por ello, no podía fingir que yo no era,
sino que por el contrario, sólo a partir de que pensaba dudar acerca de la
verdad de otras cosas, se seguía muy evidente y ciertamente que yo era,
mientras que, con sólo que hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que
había imaginado hubiese sido verdadero, no tenía razón alguna para creer que yo
hubiese sido, llegué a conocer a partir de todo ello que era una sustancia cuya
esencia o naturaleza no reside sino en pensar y que tal sustancia, para
existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna material.
De suerte que este yo, es decir, el alma, en virtud de la cual yo soy lo que
soy, es enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer que éste y,
aunque el cuerpo no fuese, no dejaría de ser todo lo que es”.
Comentario.
La
naturaleza del sujeto es puramente racional, no es un cuerpo. En tanto que
pienso, que dudo, me reconozco indudablemente como un sujeto que piensa, pero
no como un cuerpo. Por el mero hecho de dudar y de haber intentado convencerse
de que no existe, tiene que existir. La existencia del sujeto pensante es una
evidencia que está por encima de la existencia del cuerpo y del mundo. Esto
quiere decir que puede dudar del cuerpo,
pero no del yo ni del alma.
De
esta forma, en el proceso de la duda metódica se ha asegurado de la existencia
de una “sustancia” absolutamente independiente del cuerpo. Al preguntarse por el yo, se contesta que es una “sustancia pensante una
“sustancia” cuyo atributo es el pensamiento. La realidad queda dividida en dos
ámbitos: la sustancia pensante, el sujeto, y la sustancia corpórea, la materia.
Y a la hora de definir “sustancia”, Descartes lo hace de una manera paralela a la filosofía
aristotélica y la identifica como lo que
existe en sí mismo”. El yo es una “sustancia” que no necesita ninguna otra
cosa para existir, que no depende de ninguna sustancia material, ya que el
rango característico de la “sustancia” es su independencia. El alma, como se dice
en el texto, existiría aunque no existiera el cuerpo. Pero, de momento, solo
sabemos que existe el sujeto pensante, no la materia.
Por
lo tanto del análisis del yo podemos inferir las siguientes consecuencias:
§ Primera consecuencia: la esencia de
la sustancia pensante. Lo único cierto es un “sujeto” cuyo ser es “pensar”, que
es su esencia, naturaleza o atributo.
§ Segunda consecuencia: el yo es el
alma, que define esencialmente al ser humano. A su vez, el alma se define por
ser pensamiento. Para Descartes el alma no es el principio vital del cuerpo.
§ Tercera consecuencia: dualismo
antropológico. El yo o alma no necesita de ninguna condición material, tampoco
del cerebro. Por ello, es independiente y distinta de cualquier otra sustancia
corporal, si es que existe. Si no fuera así, no se hubiera podido afirmar la
certeza del yo después de haber negado la certeza de lo sensible.
§ Cuarta consecuencia: el alma es más
fácil de conocer que el cuerpo; aún no se conoce la existencia del cuerpo, pero
ya se tiene certeza de que yo soy una sustancia que piensa. Quienes creen
conocer su cuerpo mejor y más fácilmente que su alma, es porque siguen sus
sentidos sin aplicar el método. Si lo hubieran aplicado, se darían cuenta de
que “tengo cuerpo” no es un a afirmación clara ni distinta.
§ Quinta consecuencia: la inmortalidad
del alma. Si el alma es pensamiento y, por tanto, independiente del cuerpo, el
alma es inmortal, ya que para ser, es decir, pensar, no necesita del cuerpo.
10. La evidencia como criterio de verdad. (párrafo 3)
“Analizadas estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo lo que
se requiere para afirmar que una proposición es verdadera y cierta, pues, dado
que acababa de identificar una que cumplía tal condición, pensaba que también
debía conocer en qué consiste esta certeza. Y habiéndome percatado que nada hay
en pienso, luego soy que me asegure que digo la verdad, a no ser que yo veo muy
claramente que para pensar es necesario ser, juzgaba que podía admitir como
regla general que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas
verdaderas; no obstante, hay solamente cierta dificultad en identificar
correctamente cuáles son aquellas que concebimos distintamente”.
Comentario.
Descartes también extrae del primer
principio el criterio de verdad. Al haber encontrado una certeza, el autor
analiza qué tiene ese conocimiento para que la razón lo conciba como cierto. Lo
que Descartes describe ahora es el momento del encuentro de este criterio, que
es la primera regla del método. Como ya comentamos al hablar de las reglas del
método, el criterio de verdad es la evidencia, que yo intuya de forma
clara y distinta, sin ningún género de
duda, que una proposición es verdadera. En el descubrimiento de la primera
verdad incontrovertible tiene su origen dicho criterio. Puesto que del análisis
del “yo pienso, luego existo”, no sólo se sigue la sustancialidad del alma,
sino que admite como criterio de verdad la forma con que ha logrado el
conocimiento del “yo pienso”, es decir, la forma en que ha obtenido la
evidencia del “yo pienso” se ha convertido en el modelo de toda verdad y de
toda certeza.
De esta forma, los conocimientos sólo serán verdaderos cuando se conciban de una forma
clara y distinta, es decir, cuando sean evidentes por sí mismos y la mente
pueda alcanzar de ellos una certeza absoluta.
11.
La demostración de la existencia de
Dios basada en el principio de causalidad.(párrafo 4)
“A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba y que, en consecuencia,
mi ser no era omniperfecto pues claramente comprendía que era una perfección
mayor el conocer que el dudar, comencé a indagar de dónde había aprendido a
pensar en alguna cosa más perfecta de lo que yo era; conocí con evidencia que debía ser en virtud
de alguna naturaleza que realmente fuese más perfecta....
...su ser debía depender de su poder de forma tal que tales naturalezas no podrían subsistir sin él ni un solo momento”.
...su ser debía depender de su poder de forma tal que tales naturalezas no podrían subsistir sin él ni un solo momento”.
Comentario.
Hasta
ahora, Descartes solo ha demostrado la existencia del sujeto pensante, pero no
de los cuerpos, ni tampoco de Dios. Esto es lo que va a hacer en este texto. Cierto
de su existencia, Descartes va a demostrar la verdad del segundo fundamento,
Dios, mediante tres argumentos: dos causales y el tercero ontológico. Así, Dios
permitirá al yo salir de su isla. Si yo, puesto que dudo (no conozco), soy
imperfecto, y en mí tengo la idea de perfección, ésta no puede venir de mí,
pues lo perfecto no puede provenir de lo imperfecto, sino de un ser perfecto,
que está fuera de mí, que no soy yo. Este ser perfecto que implanta en mí la
idea de perfección es Dios, pues las ideas que tengo de los demás seres
exteriores a mí (el cielo, la luz, etc., que de momento solo son pensamientos,
pues aún no se ha demostrado su existencia; el propio Descartes dice que puede
que no sean verdaderos, sino resultado de un defecto mío) no son más perfectas
que yo, luego ellas provienen de mí.
La
demostración de la existencia de Dios emprendida por Descartes depende del hecho
de que todos tenemos en nuestra mente la idea de un ser infinito y de ahí se ha
de concluir que esta idea no puede venir de nosotros, porque lo más perfecto no
puede venir de lo menos perfecto, pero tampoco puede venir de la nada, porque
esto repugna a la mente. La idea de un
ser infinito y perfecto sólo puede proceder de un ser que contenga todas las
perfecciones que existen en su propia causa. Es más, la idea de lo infinito ha tenido que ser
anterior y más clara que la de lo finito. Y así, sólo a partir de la idea
de Dios se pueden conocer la finitud y las limitaciones que nos afectan a los
humanos.
Queda, pues, demostrada la
existencia de Dios, y, además, de él depende el sujeto. Este último detalle es
importante, pues, si aplicamos estrictamente la definición de sustancia –lo que
no necesita de ninguna otra cosa para existir-, solo Dios sería una sustancia.
La demostración de la existencia de
Dios sigue el camino inverso a la de Santo Tomás. En la escolástica se partía de los datos de los sentidos y a través del
principio de causalidad se llegaba a la justificación de la existencia de Dios;
por el contrario, en el racionalismo
cartesiano se parte de la idea de Dios y a través del principio de
causalidad se llega hasta su existencia.
Descartes atribuye a la naturaleza
de Dios, en la medida en que nuestra razón puede conocerla, todas las
perfecciones y le niega las imperfecciones. Dios no puede ser de naturaleza
corporal, pues ésta no constituye ninguna perfección, sino más bien al
contrario, la dualidad de naturaleza pensante y corporal es un defecto.
Análogamente a la sustancia pensante, la sustancia corporal también depende
Dios.
A esta reflexión hay que añadirle
una argumentación complementaria: si yo hubiera existido solo y con
independencia de cualquier otro ser superior a mí, tendría que tener todas las
perfecciones que se le atribuyen a Dios y, por consiguiente, ser infinito,
eterno, inmutable, omnisciente y todopoderoso. Como no lo soy, el ser que me ha creado y del que dependo
es Dios.
12.
El argumento ontológico. (párrafo 5)
“Posteriormente quise indagar ...
... Y, en consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier demostración de la geometría”.
... Y, en consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier demostración de la geometría”.
Comentario.
El
otro razonamiento para demostrar la existencia de Dios utilizado por Descartes
es el argumento ontológico de San
Anselmo. Este argumento parte de que
todos tenemos en la mente la idea
de un ser sumamente perfecto. Y de la idea de este ser perfecto, se ha de seguir que existe, porque de
otra forma no sería el ser perfecto contenido en la idea, es decir, no tendría
todas las perfecciones que se le atribuyen en la idea. Pues, si Dios es un ser
sumamente perfecto, si contiene todas las perfecciones, es preciso que exista
como una realidad independiente del sujeto (no es solo un pensamiento), pues la
existencia es una de esas perfecciones. Por tanto, la existencia de Dios ya está contenida en su propia esencia; es
decir, de la idea de Dios se ha de seguir su existencia, de la misma manera que
de la idea de triángulo se ha seguir que la suma de sus ángulos sea igual a dos
rectos o que de la idea de monte se haya de seguir la idea de valle. Por esto,
podemos tener la misma certeza y seguridad en la existencia de Dios que en las
demostraciones de la geometría, aunque de la sustancia corpórea, de la que se
ocupan los geómetras, aún no se ha demostrado su existencia.
13.
Crítica a la teoría escolástica del
conocimiento.(párrafo 6)
“Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay
una gran dificultad en conocerle y, también, en conocer la naturaleza de su
alma...
... Existe aún otra diferencia: que el sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad de sus objetos que lo hacen los del olfato u oído, mientras que ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento no interviniese”.
... Existe aún otra diferencia: que el sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad de sus objetos que lo hacen los del olfato u oído, mientras que ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento no interviniese”.
Comentario.
En
esta parte del texto Descartes argumenta
en contra de la teoría del conocimiento del sistema aristotélico-tomista,
alegando que tras las demostraciones anteriores aún dudan de la existencia de
Dios es porque no son capaces de elevarse por encima de la imaginación, que solo
se representa imágenes de las cosas sensibles. En concreto, Descartes reproduce
la fórmula sostenida por los empiristas, de inspiración aristotélica, para
referirse a ellos: nada hay en el entendimiento que no haya entrado por los
sentidos. Ahora bien, de Dios y del sujeto pensante (del alma) no hay impresión
sensible, luego es un error tratar de comprenderlos recurriendo a los sentidos
y a la imaginación. Además, como hemos visto, los sentidos no son fiables. Por
tanto, no hay ningún dato de la sensibilidad que logre acercarnos a la idea de
Dios y tampoco es a la imaginación a la que corresponde acceder a su
conocimiento. En este sentido Descartes es rotundo: sería tan imposible como
pretender servirse de los ojos para recibir los sonidos. Con respecto a Dios, sólo hay un
acceso y viene del entendimiento, sin ninguna aportación de la
experiencia sensible.
14.
La existencia del mundo.(párrafo 7)
“En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de
la existencia de Dios y de su alma en virtud de las razones aducidas por mí...
...Pero si no conocemos que todo lo que existe en nosotros de real y verdadero procede de un ser perfecto e infinito, por claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no tendríamos razón alguna que nos asegurara de que tales ideas tuviesen la perfección de ser verdaderas”.
...Pero si no conocemos que todo lo que existe en nosotros de real y verdadero procede de un ser perfecto e infinito, por claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no tendríamos razón alguna que nos asegurara de que tales ideas tuviesen la perfección de ser verdaderas”.
Comentario.
En
el proceso de construcción del nuevo edificio de la filosofía todavía quedaba
por justificar la existencia del mundo.
Ahora
emprendemos la demostración de la existencia de los cuerpos. Descartes no
afirma que los cuerpos no existan, lo que sería un a extravagancia, como señala
él mismo, de ello tenemos una “seguridad moral”. Lo que él sostiene es que no
tenemos una “certeza metafísica”, es decir, que desde el punto de vista
racional no es evidente su existencia, pues, podría ser que todos esos cuerpos
no fueran más que pensamientos nuestros, sin realidad independiente. El hombre
nunca tendrá mayor certeza del conocimiento de los objetos materiales que la
que ha conseguido con respecto a Dios, porque siempre existe la posibilidad de que aquello que creemos conocer
con certeza sea la ilusión de un sueño. De esta forma, en realidad no podríamos
estar seguros de ningún conocimiento acerca del mundo porque cualquier idea de la realidad, por
segura que pareciera, podría ser falsa,
en la medida en que podríamos equivocarnos y haberla soñado.
Sin
embargo, Dios es la garantía de nuestros
conocimientos. Es Dios quien asegura que las cosas, el mundo existen.
Reconocida la existencia de Dios, el criterio de evidencia encuentra su última
garantía: Dios, por su perfección no puede engañarme. La facultad de juzgar que
he recibido de Él no me puede inducir a error si la empleo rectamente. Esta
consideración evita toda posibilidad de duda sobre los conocimientos evidentes.
Dios es aquí la fuente de veracidad, principio y garantía de toda verdad. El
error proviene de nuestra imperfección.
Lo
que intenta Descartes es garantizar que los conocimientos acerca de la realidad
y del mundo aportados por la razón gozan de certeza y seguridad. Por ello
expone que los datos proporcionados por los sentidos pueden ser verdaderos o
erróneos. La cuestión consiste entonces en que no se puede garantizar la
seguridad del conocimiento de los sentidos, pero tampoco se puede dudar de
todos los conocimientos sensibles. La
claridad y la distinción tienen su fundamento en la existencia de la mente
porque ésta procede de la perfección divina.
15.
Dios como garantía de la claridad de
los conocimientos.(párrafo 8)
“Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el alma nos han convencido
de la certeza de esta regla, ...
... lo que existe de verdad debe encontrarse infaliblemente en aquellos que tenemos estando despiertos más bien que en los que tenemos mientras soñamos”.
... lo que existe de verdad debe encontrarse infaliblemente en aquellos que tenemos estando despiertos más bien que en los que tenemos mientras soñamos”.
Comentario.
La claridad y la distinción no son
garantía suficiente para vencer la dificultad de distinguir la vigilia del
sueño. Pero el conocimiento acerca de la perfección
divina nos proporciona la garantía de que las imágenes que nos asalten cuando
dormimos no sean ninguna dificultad para la verdad de nuestros
pensamientos, es decir, que da igual que las ideas se hayan producido al estar
dormidos o al estar despiertos. El teorema que un geómetra hubiera podido
demostrar mientras dormía es tan cierto como si lo hubiera demostrado despierto
porque, dormido o despierto, dos más tres seguirán siendo cinco y tres son los
ángulos del triángulo. Por lo tanto, el sueño no impediría la verdad de los
conocimientos ni de las ideas.
Por tanto, no debemos dudar de la
existencia del mundo, de las cosas, y confundirlo con un sueño, pues si soñamos
algo cierto (la demostración de un geómetra), no deja de ser cierto por ser un
sueño, y porque la similitud entre las imágenes de los sueños y las
representaciones de los sentidos también nos engañan (por ejemplo, cuando
padecemos algunas enfermedades, o sobre el tamaño de los cuerpos). Solo la
razón nos conduce a la verdad, ni los sentidos (el tamaño del sol) ni la
imaginación (la quimera). Dios asegura la coincidencia entre las evidencias y
las existencias, garantiza que mis ideas sobre la realidad exterior tienen
existencia independientemente de mí, pues, en tanto, que ser perfecto y veraz,
no puede permitir que me engañe pensando que tales cosas existen si no fuera
así. Así, Descartes que pretender ser un pensador realista consigue evitar el
solipsismo, el aislamiento del sujeto con la apertura de la conciencia a la
realidad corpórea
[1] Dos
dificultades de la lógica aristotélica: 1) Se construye con silogismos, cuyas
conclusiones no añaden ningún conocimiento no presente, aunque sea
implícitamente, en las premisas. No son, por tanto, instrumentos para encontrar
nuevas verdades. 2) Mezcla preceptos verdaderos con otros que no lo son.
Descartes crítica las disputas de la lógica escolástica. Ésta distingue entre
lo verdadero, lo falso y lo probable. Para Descartes las discusiones sobre lo
probable no llevan a nuevos conocimientos. Lo probable debe incluirse dentro de
lo falso.
[2] La geometría
griega utilizaba exclusivamente figuras y elaboraba sus demostraciones a partir
de la regla, el compás y diversos tipos de curvas (cuadratriz, concoide…). Por
tanto, el entendimiento se sometía al papel de la imaginación, ya que esta
tenía que hacerle ver las demostraciones mediante dibujos. Por otro lado, el
álgebra del momento tenía una rotación muy complicada, hasta que el propio
Descartes introdujo mejoras de las que hablará al final de esta Parte. Sin
embargo, lo positivo de ambas ciencias es la evidencia de sus principios. Un
conocimiento cierto debe partir de principios tan evidentes como que un
cuadrado es una figura con cuatro lados.
[3] El
título resume el tema de esta Parte: exponer los dos fundamentos de la metafísica cartesiana, Dios y el alma, y las
razones que demuestran que son evidencias. Para Descartes “la filosofía es como
un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco la física y las ramas las
demás ciencias”. Esquemáticamente: certeza del alma ® certeza de Dios ® certeza de la Metafísica ® certeza del resto de ciencias.
[5] Algunas
aclaraciones: la existencia del “yo” no implica que “lo” pensado exista. En
segundo lugar, “pienso, luego soy” no es un silogismo sino una evidencia: no se
debe interpretar “si pienso, entonces soy”, sino “soy una cosa que existe
siendo pensamiento”. En tercer lugar, “pienso, luego soy” es “el primer
principio de la filosofía”. Es el primer principio en el orden subjetivo o del
conocimiento de certezas. Descartes descubrirá que el yo depende de Dios, el
primer principio en el orden del ser. El método hace que el orden de las
certezas domine sobre el del ser: la primera certeza encontrada es el yo, no
Dios.